El Prado reconoce a las mujeres pintoras
Del velo que cubre a las mujeres artistas
La pinacoteca repara siglos de marginación de género con ‘El arte de Clara Peeters’
Hace cincuenta años, unos bodegones del siglo XVII colgados en El Prado llamaron poderosamente la atención de una pareja de estadounidenses aficionados al arte que andaba de visita por la capital española. Lo que más les intrigó de aquellas pulcras naturalezas muertas pintadas con el realismo más detallista fue el hecho de que llevaran la firma de una mujer –Clara Peeters–, hecho bastante insólito en el arte de la época.
A su regreso a Estados Unidos, los dos jóvenes norteamericanos, Wilhelmina Cole y Wallace F. Holladay, buscaron toda la información disponible sobre la tal Clara Peeters. Pero poco o nada pudieron averiguar de la pintora, salvo que vivió en Flandes, seguramente en Amberes, entre finales del XVI y el XVII. Lo mismo les sucedió cuando, azuzada su curiosidad por la propia desinformación, quisieron saber más, primero sobre las pintoras contemporáneas a ella y después sobre las mujeres dedicadas al arte, en general. Después de años de indagaciones, el matrimonio decidió volcar sus resultados y ofrecerlos al mundo. Así nació en 1987, en Washington D.C., el National Museum of Women in the Arts (NMWA), tenido por el “único museo importante en el mundo dedicado exclusivamente al reconocimiento de las contribuciones creativas de las mujeres”.
Ahora, el NMWA es uno de los prestadores de la muestra El arte de Clara Peeters, que desde hoy y hasta el 19 de febrero puede verse en El Prado. Se trata de la primera exposición que la pinacoteca madrileña, en sus 197 años de existencia, dedica a una mujer pintora. Un dato insólito que corrobora –y repara por la parte que le toca– el secular arrinconamiento de las artistas.
La historia de los fundadores del NMWA la supo hace sólo unos días el comisario de la exposición de El Prado, Alejandro Vergara, que la esbozó ayer durante la presentación de la muestra, organizada conjuntamente con el Museo Real de Bellas Artes de Amberes y a la que ambas instituciones dieron el mayor relieve. No en vano en el acto de apertura y explicación participaron el ministro de Cultura del Gobierno de Flandes, Sevn Gatz, el director de El Prado, Miguel Zugaza, y, por parte de la entidad patrocinadora, el presidente de la Fundación Axa, Jean-Paul Rignault.
Por lo que el comisario contó a periodistas e invitados, la preparación de la muestra implicó una investigación casi detectivesca cuyos frutos resultaron limitados respecto a la biografía de Clara Peeters pero fascinantes en lo que se refiere a su obra, así como al contexto social y cultural en que la produjo.
El punto de partida era el de un desconocimiento casi absoluto sobre una pintora a la que se atribuyen sólo 40 cuadros –cuatro de ellos originariamente en El Prado–, de los cuales los 15 mejores integran la exposición. Según Vergara, “la mayor parte” de los datos que aún hoy podemos hallar de la propia Peeters y de otras pocas mujeres artistas de entre el XVI y XVII –casi todas hijas de pintores– son “erróneos” o como poco dudosos. De ella en particular sabemos que su primera creación conocida data de 1607 y la última de 1621; que nació en torno al 1588 o 1590; que pintó para la aristocracia, con un pico de actividad en los años 1611 y 1612 y que, dada la amplia distribución de su obra en Europa, es probable que trabajara de manera “altamente profesional” y exportara piezas a través de marchantes.
La obra de Peeters y su contexto indican que fue una pionera en el campo de la naturaleza muerta, en el que es probable que se refugiara ante las limitaciones y los condicionantes sexistas que, entre otras cosas, impedían a las mujeres aprender las técnicas del dibujo anatómico a partir de modelos desnudos. Dentro de esa especialización en la pintura de bodegones con alimentos cocinados o a punto de echar a la cazuela, a ella se atribuyen los primeros que tienen como base el pescado: tema por demás idóneo cuando los días de ayuno de carne podían llegar a tres por semana.
Pescados, mariscos, dulces, quesos, conchas, alcachofas y aves de caza, todo ello reservado a las mesas de la más alta alcurnia; copas, platos, jarras, saleros y cuchillos de materiales siempre nobles y caros; manteles bordados en los mejores telares del mundo y hasta mesas de madera con calidad acreditada a través del correspondiente sello de fábrica aparecen pintados en los cuadros de Peeters con una precisión casi fotográfica.
Pero el realismo de la flamenca no es rutinario. Pues, de un lado, rompe con la tendencia idealista del renacentismo y en ese sentido señala a la pintora como una “vanguardista” que fue “a contracorriente”, destacaba ayer el comisario de la muestra. Y, de otro lado, la autora ejecutó cada obra con un esmero extraordinario en la composición y en el contraste de colores. Nada queda al azar en sus cuadros.
Peteers incluyó numerosos y minúsculos autorretratos –unas veces mostrando sólo la cabeza pero otras de medio cuerpo e incluso con pincel y paleta– en las superficie de las copas o las tapas de las jarras de sus bodegones. Era, creen los expertos e informaba ayer Vergara, su forma de reafirmarse como mujer pintora y de asegurarse un mínimo reconocimiento. Los autorretratos se aprecian en ocho de sus obras, seis de ellas presentes en la exposición.
Otro elemento de identificación y reivindicación de sí misma en un entorno que negaba toda visibilidad a las féminas dedicadas al arte es la presencia, en gran parte de las pinturas, de un cuchillo de plata rotulado con su nombre. En aquellos tiempos, este cubierto no se ponía en las mesas de comidas sociales, sino que eran los invitados los que tenían que llevar cada cual el suyo. La inscripción de un nombre en el cuchillo solía reservarse a su entrega como regalo de boda. Pero este es el único e insuficiente indicio de que la protagonista de la muestra de El Prado pudo estar casada.
Peeters no fue inscrita en el gremio de pintores de Amberes, pero hay un documento que la cita como artista de esa villa y seis de las tablas que empleó en sus cuadros tienen marcas que los sitúan allí.
El Prado levantó ayer en parte el velo que cubría a Peeters y, en general, a las mujeres artistas. Pero de una y de otras queda un mundo por saber y reconocer. Para empezar, el museo confía en que la muestra sirva para sacar a luz otros cuadros hasta ahora desconocidos de la misteriosa pintora de Amberes.