Alcalde de noche
Alcalde de noche no es el título de una película pseudoerótica de la Transición, sino una figura que funciona en varias ciudades holandesas para procurar el equilibrio entre los legítimos y contrapuestos derechos a la diversión y al descanso en horario nocturno. A un cargo como éste no se llega tras unas elecciones al uso, sino que recae en un alguien carismático que se somete al consenso del sector del ocio y la cultura de la noche, de los vecinos y del ayuntamiento.
El asunto se debatió en el Primavera Pro, el congreso paralelo al Primavera Sound. El propagandista de la idea es Chris Garrit, un guitarrista que ha sido hasta hace poco el alcalde de noche de Groninga y que promueve la incorporación de más ciudades europeas. Admite que lo que propone es la cuadratura del círculo: garantizar el máximo descanso de una parte del vecindario y, a la vez, el mayor desenfreno posible de la otra. Le acompañaba un futurible alcalde de noche de Londres, Mark Davyd, quien cree que el cargo debería rebautizarse en la capital británica: “Alcalde de noche ( night mayor) suena en inglés como pesadilla ( nightmare). Aunque hay algo de relación entre una cosa y otra... creo que le llamaremos el Zar de la noche”.
El nombramiento de una suerte de mediador para la vida nocturna es una de las muchas ideas que aporta el Primavera Pro, convertido, junto al Sónar+D, en dinamizador del sector musical barcelonés en su sentido amplio. Si la Mobile World Capital se creó para que el congreso de móviles deje huella en Barcelona aunque cambie un día de aires, Primavera Pro y Sónar+D (en el ámbito de la innovación tecnológica) aspiran extender a todo el año la capitalidad musical que la ciudad ejerce gracias a sus festivales de primavera.
El reto es mayúsculo, porque Barcelona dista mucho de ser una ciudad en la que se pueda vivir de la música. Sucede algo parecido en el terreno del arte. Muchos artistas extranjeros lo dejan todo para vivir su etapa barcelonesa; es decir, un par o tres de años en los que la inspiración les pilla entre arroces frente al mar y fiestas de expatriados en terrazas privadas del Eixample, para luego mudarse a ciudades mejor posicionadas en el mercado del arte. El equivalente sería el del músico que se enamora de la Barcelona luminosa del junio festivalero y decide probar suerte en su circuito de actuaciones en vivo, para descubrir después que aquí se sale sólo en fin de semana, que se pagan honorarios irrisorios y que la ciudad, por tradición normativa y policial, siempre ha antepuesto el derecho al descanso al derecho al trabajo de los músicos.
Claro que se puede mejorar. En el mismo Primavera Pro se escuchó el mensaje optimista de la consultora Sammy Andrews, quien cree que el streaming, antes que hundir al sector, mejorará la situación de los músicos cuando éstos sean capaces de acceder a la ingente cantidad de datos sobre los consumidores que guardan operadores como Spotify. Así sabrán cómo colmar los deseos de sus fans. Pero cuando eso pase, muchos se habrán ido ya con la música a otra parte.
No se vislumbra a corto plazo la posibilidad de que la noche barcelonesa tenga su alcalde. Recuerda Garrit que el primero que ejerció el cargo en Amsterdam fue un habitual de las barras de bar que también era poeta. Barcelona también tiene sus poetas de la nocturnidad (nos vienen a la cabeza el fotógrafo Flowers, la vendedora de flores Violeta o el rapsoda Bernardo Cortés), pero de ahí a encontrar a un personaje de consenso en un país donde nadie es capaz de pactar y, cuando lo hace, descubre que sería mejor no haberlo hecho...
Carles Sala, por el Ayuntamiento, y Miquel Cabal, por la sala Heliogábal (víctima reciente de la Guardia Urbana) prefieren hablar más de una comisión de intermediación entre los locales, los vecinos y la administración, que de un alcalde de noche. Parece una opción más realista. El nombre no tendría ninguna importancia, si al menos sirviera el invento para que, en lo que respecta a la música, todo el año fuera primavera.