¿Es más saludable comer productos ecológicos?
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Repasamos argumentos de especialistas, partidarios y detractores
La alimentación ecológica, también llamada orgánica o bio, está de moda. Cada vez son más los consumidores que apuestan por alejar de su dieta aditivos, pesticidas, antibióticos y cualquier químico añadido, lo que ha dado lugar a un nuevo concepto, la llamada quimiofobia. Para muchos, como el doctor en Bioquímica y Biología Molecular por la Universidad de Valencia, JM Mulet, “se tiende a pensar erróneamente que existe una especie de verdad en la naturaleza que hace que lo natural sea mejor que lo artificial”, lo que da lugar a la demonización de ciertos productos, que a su vez provoca “que se pongan de moda otros y haya gente que se enriquezca por el camino”.
Otros, como Núria Coll, responsable de la web Ets el que menges y creadora del festival de alimentación saludable Cómo Como Festival (Barcelona), consideran que existen intereses de sobra para poner en cuestión los beneficios de una cesta de la compra ecológica. “¿Cómo un Parlamento de un país va decir a sus agricultores y ganaderos que tienen que cambiar de golpe su forma de producir?”, se pregunta. “Estás jugando con el bolsillo de miles de familias que viven del campo y eso, de momento, es demasiado complicado dentro de la lógica capitalista”.
“Se tiende a pensar erróneamente que lo natural es mejor que lo artificial”
Para la dietista-nutricionista y licenciada en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, Beatriz Robles, el tema de la alimentación bio es un terreno pantanoso. “No se puede afirmar desde un punto de vista científico que los alimentos ecológicos sean más saludables, ni que los fitosanitarios o los medicamentos autorizados por la Comisión Europea y revisados por la EFSA (Autoridad Europea para la Seguridad de los Alimentos) tengan repercusión en nuestra salud empleados en las dosis permitidas, pero sí que es cierto que desde el punto de vista del bienestar animal los alimentos eco tienen que cumplir requisitos más estrictos. Sin embargo, es más interesante optar por cualquier producto de proximidad que dinamice el comercio local, respete el medio ambiente y tenga en cuenta el buen estado de los animales”, explica Robles, para quien, sin embargo, sostenibilidad no es siempre sinónimo de alimentación bio. “Te puedes estar comiendo un kiwi ecológico procedente de Nueva Zelanda”, afirma.
Mulet coincide: “Uno de los fallos del reglamento de producción ecológica es que no indica nada sobre los kilómetros que ha recorrido un producto desde su producción hasta su consumo”.
“Es más interesante optar por cualquier producto de proximidad que dinamice el comercio local, respete el medio ambiente y tenga en cuenta el buen estado de los animales”
En un estudio publicado en 2018 a partir de un total de más de 84.000 muestras, la EFSA concluye que mientras que un 4% de los alimentos convencionales superaban el LMR (límite máximo de residuos), en los ecológicos la cifra se reducía al 1,3%, un porcentaje, recuerda la institución, “significativamente más bajo”.
La EFSA asegura, sin embargo, que el producto que llega a nuestra despensa cumpliendo a rajatabla la normativa es seguro, ya que “no llegan los residuos de los pesticidas, o no lo hacen de forma relevante”, explica JM Mulet, que desarrolla este y otros aspectos sobre la alimentación contemporánea en su libro ¿Qué es comer sano? (Destino, 2018). “Muchos agricultores se quejan de que ya les queda poco más que las palabrotas para ahuyentar las plagas”, bromea.
La EFSA (Autoridad Europea para la Seguridad de los Alimentos) asegura que el producto que llega a nuestra despensa es seguro
Robles va más allá. Para ella, es necesario “dejar la quimiofobia a un lado y entender que los productos frescos no ecológicos a los que tenemos acceso en el súper no solo no son malos para la salud, sino que tampoco son, por fuerza, menos sabrosos”. No existen, asegura, diferencias sustanciales a nivel organoléptico entre un producto ecológico y otro que no lo es, ya que “el sabor de un alimento depende, entre otras cosas, de la variedad empleada, de la carga genética de la semilla”.
También señala otra creencia muy extendida sobre las frutas y verduras procedentes de la agricultura convencional: “el hecho de que sean más bonitas no significa que se hayan elaborado con extraños mecanismos genéticos, sino, sencillamente, que se tiran las feas”. Y eso es culpa, asegura, del consumidor contemporáneo, cada vez más exigente, que demanda cierta uniformidad y buen aspecto en la comida. Un consumidor que, según Mulet, “ha decidido creer cosas como que nuestras abuelas comían mejor sin tener ningún dato objetivo científico que avale esta tesis, ya que lo cierto es que había plagas, tifus, botulismo y pueblos enteros que sufrían epidemias de bocio, entre otras cosas”.
Diversos estudios sobre la calidad nutricional de los productos ecológicos y no ecológicos no han encontrado diferencias sustanciales
Si tenemos en cuenta la calidad nutricional de los productos ecológicos en comparación con los no ecológicos, diversos estudios científicos coinciden en señalar que no se encuentran diferencias sustanciales. La London School of Hygiene Tropical Medicine concluyó en una investigación de 2010 que “no existe certeza sobre los beneficios nutricionales de consumir alimentos orgánicos”, mientras que el American Journal of American Nutrition afirmaba en 2009 que “no existe evidencia de diferencias en la calidad nutricional entre los alimentos producidos de forma orgánica y los convencionales”.
La Universidad de Stanford, sin embargo, concluyó en 2012 que si bien no se hallan evidencias científicas de que la alimentación orgánica es significativamente más nutritiva que la convencional, sí es cierto que “el consumo de productos orgánicos puede reducir la exposición a residuos de pesticidas y de bacterias resistentes a antibióticos”. Otro estudio, en este caso del The British Journal of Nutrition, de 2014, afirma que los alimentos orgánicos presentan “menores cantidades de pesticidas y metales pesados y mayores concentraciones de antioxidantes”.
La Universidad de Stanford concluyó que consumir productos orgánicos puede reducir la exposición a residuos
En este sentido, Robles apunta que es muy difícil “conocer el efecto del consumo de alimentos orgánicos sobre la salud”, ya que, según apunta una de las pocas investigaciones al respecto, la elaborada conjuntamente por la North Carolina State University y el Norwegian Institute of Public Health, “las personas que consumen productos orgánicos suelen llevar un estilo de vida saludable, lo que afecta al resultado”.
Mientras para algunos, como Coll, estos últimos estudios son razón suficiente para apostar, en la medida de lo posible, por el consumo de productos orgánicos, “puesto que, además, incluso la OMS han advertido de los peligros del consumo de herbicidas como el glifosato, que califica como probablemente cancerígeno para los seres humanos, e incluso un tribunal de Estados Unidos lo ha considerado responsable del cáncer terminal de un paciente”. Mulet, por su parte, afirma que “para que las dosis de cualquier pesticida fuesen tóxicas deberíamos consumir cuatro toneladas”.
“Incluso la OMS ha advertido de los peligros del consumo de herbicidas como el glifosato”
Capítulo aparte merece la carne, a la que se acusa de contener antibióticos que en consumidor acaba tomando de rebote. Un estudio de la EFSA publicado en 2017 desmintió que la carne que consumimos está contaminada con antibióticos, pues solo un 0,03% de las muestras analizadas superaban los límites máximos de residuos. “Es importante que el consumidor entienda que el antibiótico se usa con fines terapéuticos en los animales y que a nosotros no nos llega, la legislación es muy estricta al respecto”, explica Robles, a quien no deja de sorprender que “la legislación permita el tratamiento con homeopatía, que no tiene ningún fundamente científico, en estos animales”.
Coll, sin embargo, considera que “nunca será lo mismo una vaca alimentada a base de pienso que otra que ha comido hierba. Solo tenemos que pensar en el jamón. ¿Cuál es el mejor? ¿No tiene que ver el estilo de vida y la alimentación del cerdo?”.
Sobre la carne también existen diversidad de criterios respecto a los antibióticos
Así pues, el debate está servido, y mientras Robles insiste en que, más allá del dilema entre alimentación ecológica y convencional, cualquier consumidor consciente debería “comprar en el mercado, apostar por los productos de temporada y proximidad, reducir el impacto ambiental y, sobre todo, evitar los procesados, que más allá de las E- de las que tanto se habla, lo que sí llevan son grandes cantidades de grasas de poca calidad y azúcares añadidos”. Coll coincide en este argumento, aunque insiste en la importancia de eliminar los pesticidas, antibióticos y aditivos dadas las voces de alarma por parte de instituciones reconocidas a causa de “cierta cobardía a la hora de formar a los agricultores para el cambio. Me pregunto por qué tanto la ciencia como el periodismo son tan reacios a empezar a cuestionar de verdad lo que estamos comiendo”, afirma.