Hemos declarado costumbre que amanezca y miremos al cielo en busca de señales de lluvia, en una tierra asolada por la sequía. En algunos puntos comienza a derretirse la escarcha, crecen los arroyos; el musgo envuelve cortezas, piedras, árboles, recordándonos que la vida sigue, que nosotras también estamos aquí, que también somos parte del territorio.
El último informe del IPCC vuelve a recordarnos que somos vulnerables al cambio climático, y que ya no valen las medias tintas. No podemos alargar más la inacción: si no, perderemos esa pequeña y fugaz ventana de oportunidad que puede asegurar, para todas las personas, un futuro habitable y sostenible.
Este invierno primaveral no puede distraernos de la emergencia climática, de la falta de agua que agrieta nuestros suelos, de los macroproyectos que acosan nuestro territorio y que amenazan las múltiples formas de vida de nuestros medios rurales. Por eso estamos aquí, alzamos la voz, sostenemos el territorio, no dejamos de tejer redes entre nosotras, ayudándonos y visibilizando todo aquello que nos amenaza y nos quiere hacer caer. Juntas podremos enfrentar las adversidades y superar todos los tropiezos, porque sin la alegría y la empatía no somos ni seremos nada.
Juntas podremos enfrentar las adversidades y superar todos los tropiezos, porque sin la alegría y la empatía no somos ni seremos nada
Hermana de tierra, otro marzo más volvemos a llenar nuestras plazas y calles, reivindicando que otro mañana es posible; un futuro de igualdad, diversidad y sostenibilidad. Hoy queremos, todas juntas, empezar a habitarlo: no perder nunca la esperanza.
La pandemia continúa sacudiéndonos, pero nosotras hemos sabido avanzar siendo rebaño. Como todas esas ovejas que se agrupan y protegen sus cabezas debajo del cuerpo de sus compañeras. No pensamos un medio rural sin el colectivo: sin la ayuda y el apoyo mutuo no podremos seguir adelante.
No queremos formar parte de esa ruralidad solitaria y cerrada que se quiere imponer, que se aprovecha, que engaña y que se aferra a una nostalgia peligrosa que romantiza la desigualdad y el machismo que -por desgracia- vivieron nuestras madres y abuelas. Que nos reprime y solo nos reduce a tradición y maternidad, que no quiere -y al que no le interesa- abrir una ventana a la diversidad y a la realidad de nuestros medios rurales.
Porque necesitamos nuevas ruralidades llenas de feminismos, agroecología, diversidad, pero también de memoria. En estos tiempos en los que la incertidumbre nos atraviesa, es importante saber de dónde venimos para pensar e imaginar veredas que nos lleven a un futuro mejor; caminos que puedan enseñarnos, desde otros aprendizajes, hacia dónde podemos y queremos ir.
Por eso aguardamos otro año más con la misma paciencia a que florezca el saúco, a que las malvas inunden los campos, a que el olor de la menta y la albahaca regrese al aire que respiramos. También a recoger juntas los frutos de los árboles, las hortalizas de la tierra. Volveremos a compartir nuestras recetas, a visibilizar todo ese conocimiento que tantas veces se despreció por no venir de la academia. Tal como nos enseñaron tantas mujeres que nos precedieron, como nuestras abuelas, desovillaremos los saberes y uniremos los hilos, reharemos las madejas; podremos formar parte de un telar que acoja pero que también se pregunte, que actúe como puente entre aquellas de las que venimos y aquellas que vendrán.
Las amenazas de hoy no dejan de ser, en parte, las mismas de siempre, disfrazadas bajo las palabras "progreso" y "prosperidad". Pero nosotras somos como esas casas de nuestras aldeas, fuertes, levantadas con las piedras del propio paisaje, hechas de árboles y diálogos con la tierra. A pesar de los embalses, del abandono y del exilio forzado, muchas de ellas se mantienen en pie, testigos del ansia de un sistema hiper extractivista que solo piensa en dinero y en producción, en usar las palabras verdes y renovables para lavarse las manos; para permitir, con toda la impunidad del mundo, que proliferen por todo el territorio macroproyectos que ponen en riesgo espacios naturales protegidos y de alto valor ambiental. Monocultivos de placas solares y parques eólicos, desiertos verdes, naves intensivas donde se rompe el vínculo entre el territorio, la persona y el animal. Explotaciones industriales que contaminan nuestros suelos y el agua que bebemos. No queremos esta fiebre de industrialización que contamina, precariza y mata. Que olvida a todas aquellas personas que habitan y hacen posibles nuestros pueblos, invisibilizando y vulnerabilizando a colectivos como el de las mujeres migrantes, aún sin condiciones dignas de trabajo y de vida. Aquí estamos para alzar la voz, para deciros que no dejaremos de luchar por garantizar una tierra digna.
Las amenazas de hoy no dejan de ser, en parte, las mismas de siempre, disfrazadas bajo las palabras "progreso" y "prosperidad"
Hermana de tierra, no dejamos de ser árboles. Enraizadas entre nosotras, con nuestras acciones y palabras también podemos ser simbiosis, rizomas, bosques. Entrelazadas hoy nos manifestamos, cantamos, nos damos la mano, echamos a andar sin miedo, siempre hacia adelante. Lo vemos en el resurgimiento del pino canario después del volcán, también en las coladas marinas que ven crecer las primeras algas. A pesar de la lava y la ceniza, siempre vuelven los brotes.
Hoy más que nunca pensamos en todas las hermanas ucranianas, pero también en todas aquellas que sufren en tantos conflictos armados invisibilizados. Hoy ellas luchan, huyen hacia las fronteras buscando otro mañana con sus hijas, dejando atrás a su gente, a sus raíces. Mientras vemos en las pantallas cómo en Ucrania muchas recogen nieve para poder beber, para algunos parece que la única preocupación es el aumento del precio en el cereal para sus producciones intensivas. También ellas llenan de semillas los bolsillos de algunos soldados rusos para que la tierra nunca deje de florecer, a pesar de la guerra, de la violencia, de la muerte.
Hermanas, no estáis solas.
Otro año más, seguimos aquí, estamos aquí. A pesar de la pandemia, de la sequía, del volcán, de las guerras… Aquí nombramos, aquí nos sentimos más unidas que nunca. Aquí hacemos frente, compartimos nuestros temores, dejamos a un lado el silencio. Reivindicamos que existen muchas maneras de habitar el territorio, muchas ruralidades que dialogan, que construyen, que cuidan y acogen. Una de hermanas de tierra: llena de feminismo y diversidad, de agroecología, de memoria, de interdependencia, esperanza y alegría.
Por un feminismo de todas, por un feminismo de hermanas de tierra.
Sobre el manifiesto y las autoras
Las veterinarias María Sánchez y Lucía López llevan cuatros años redactando su Manifiesto Mujeres Rurales, que anualmente ve la luz en el 8-M para visibilizar el trabajo de la mujer rural. "Este año, además de querer mostrar que somos parte del territorio, nos hemos centrado en algunas de temáticas como la emergencia climática, los macroproyectos que asolan nuestros territorios, la idea equivocada de que sólo hay 1 ruralidad y, por supuesto, el conflicto de Ucrania", explica Sánchez.
La ilustración que acompaña al manifiesto la firma la ilustradora Maika Alvarado. Los textos, además, han sido revisados por lo que María Sánchez y Lucía López llaman un Consejo de Sabías en el que han participado Celsa Peitado, Blanca Casares, Patricia Dopazo, Julia Álvarez, Karina Rocha, y Elena Medel.