Loading...

En la mesa con Carson McCullers, Isak Dinesen y Marilyn Monroe

En su tinta

El encuentro de dos escritoras clave del siglo XX con un icono del cine

El capítulo anterior: Alcohólicos rehabilitados: “Esta cocina nos salvó”

El día que Marilyn Monroe comió con Isak Dinesen (centro) y Carson McCullers 

Getty

Carson McCullers (nacida Lula Carson Smith) es la Frida Kahlo de la escritura. La una y la otra murieron prematuramente y arrastraron graves problemas de salud, que no les impidieron sucumbir a la pulsión creadora. Las puertas de la gran literatura se abrieron para la primera con una novela primeriza, El corazón es un cazador solitario (publicado en castellano por la editorial Seix Barral, como toda su obra narrativa).

Pese a una vida corta y tumultuosa, marcada por la enfermedad y los vaivenes de su relación sentimental con Reeves McCullers, del que se separó varias veces, aunque nunca renunció a su apellido de casada, Carson McCullers fue una gourmet de la vida. Y no solo en sentido metafórico. “Yo examino con detenimiento los menús como otros estudian obras de arte”, explicó a raíz de una visita al hotel Plaza de Nueva York.

Carson McCullers tenía miedo de conocer a  Isak Dinesen porque la había idealizado

El lector que aún no conozca a esta autora estadounidense, clave en la literatura del siglo XX, puede comenzar con su autobiografía, que dictó desde la cama cuando ya no tenía fuerzas ni para teclear y que se publicó póstumamente: Iluminación y fulgor nocturno (Austral). En esta obra explica, por ejemplo, que admira, entre otros escritores, a Thomas Wolfe “por su maravilloso gusto para describir las comidas”.

Y una comida le permitió precisamente conocer en persona a otra de sus escritoras más preciadas, la baronesa Blixen, que ha pasado a la posteridad como Isak Dinesen. Cuando viajó por primera y única vez en su vida a Estados Unidos, en 1959, la autora de Memorias de África ya era una mujer madura (y, por cierto, también muy enferma, víctima de una sífilis mal curada, una úlcera y una anorexia que la dejó en los huesos).

Para entonces, el nombre de Isak Dinesen era mundialmente reconocido. El propio Ernest Hemingway dijo cuando recibió el premio Nobel, en 1954, que ella se lo merecía más. Aquella danesa parecía una muerta en vida (su corazón se quedó para siempre “en una granja en África, al pie de las colinas de Ngong”). Con la edad se volvió una persona de trato difícil, con palabras que podían ser muy mordaces e hirientes.

La baronesa Blixen (otra mujer que no renunció a su apellido de casada) no tenía reparos en mostrar abiertamente sus fobias. Tampoco sus filias. Por eso, reconocía sin ambages su tremenda admiración por Carson McCullers, 32 años más joven. La estadounidense, que también la admiraba, no estaba muy segura de si querría mantener un tête-à-tête con ella por miedo a que la persona no estuviera a la altura del personaje.

El encuentro con Marilyn, en una revista danesa 

DP

Cuando la Academia Americana de Artes y Letras dio un banquete en honor de Isak Dinesen, Carson McCullers estaba invitadísima como miembro de la institución. Otros académicos le dijeron que la homenajeada ardía en deseos de conocerla, aunque ella se lo pensó mucho. Había leído infinidad de veces Memorias de África e idolatraba a su autora, pero tenía miedo de que la realidad no casara con sus expectativas.

Cuando quería, Isak Dinesen podía ser magnética, encantadora, alguien que cautivaba a su audiencia. Y esa fue la que apareció ante Carson McCullers. Ambas sintonizaron de inmediato y descubrieron que la brecha generacional no era impedimento para que tuvieran muchas cosas en común. Las dos, por citar uno de sus nexos, sabían que un envoltorio maravilloso podía ocultar un alma atormentada. Marilyn Monroe.

Marilyn no sabía qué vestido ponerse ante Isak Dinesen; y Carson, qué darle de comer 

Carson McCullers había conocido unos años antes a la actriz y congeniaron de forma natural. Solo alguien con una sensibilidad extraordinaria como la escritora, a la que le indignaban las barreras raciales y la segregación que imperaba en su país, podía ver que aquella sex symbol era muchísimo más que un rostro bonito y una fachada espectacular. Algo de eso intuía también Isak Dinesen, que le pidió que se la presentara.

Y dicho y hecho. Carson vio que en una mesa vecina estaba el dramaturgo Arthur Miller, por entonces el marido de la actriz. Lo llamó y concertó un encuentro. La reunión tuvo lugar unos días después, el 5 de febrero de 1959, en la casa de la novelista, en South Nyack, en el condado neoyorquino de Rockland. Marilyn, que llegó con su marido, estaba nerviosa porque quería causar una buena impresión y no sabía cómo vestirse. 

Los Miller, Dinesen y McCullers (de perfil), con otros asistentes a la comida 

Austral

Carson, la anfitriona, también estaba inquieta. Compró exquisiteces para su principal invitada, pero recordó que en la comida de la Academia Americana de Artes y Letras apenas la vio probar bocado. Además, como descubrió luego horrorizada, le explicaron que su agasajada se alimentaba casi exclusivamente con champán, ostras y uvas. Al final, la comida fue lo de menos y las mujeres pasaron una velada memorable.

Marilyn llamó previamente tres o cuatro veces a la organizadora para preguntarle cómo debía ir vestida, “si escotada o no”. Su interlocutora le contestó con una obviedad: “Cualquier cosa luciría hermosa en ti”. No hay más que ver las fotografías que se conservan de la cita para saber cuánta razón tenía. “Llevó un vestido muy escotado que dejaba ver sus senos adorables”, recordó la escritora en su autobiografía póstuma.

Lee también

El secreto de las espinacas de Popeye

Domingo Marchena

Arthur Miller fue una china en el zapato toda la jornada. Se obcecó en saber por qué Isak Dinesen (que había sufrido una operación de estómago) estaba tan delgada. Cuando le contestó que sus alimentos casi se limitaban al champán y las ostras, no supo callarse y le preguntó “qué médico le había aconsejado semejante dieta”. Es como si tuviera delante a Popeye y le hubiese preguntado por qué le gustaban tanto las espinacas. 

O como si le hubiera preguntado a Drácula por qué no tomaba ajo. Durante su estancia en EE.UU., Isak Dinesen se apergaminó aún más por la malnutrición, las anfetaminas, el alcohol y el tabaco. Más que un vampiro, era una esfinge. Tres días después de la cita en South Nyack, ingresó en un hospital. Su cuenta atrás ya había empezado. También la de Marilyn Monroe, aunque nadie lo hubiera dicho. Ambas murieron en 1962.

Marilyn Monroe recibe un beso de Carson McCullers, ante Isak Dinesen 

Getty

La muerte de Marilyn, a los 36 años, por presunta sobredosis de barbitúricos aún plantea dudas. La una y la otra se apagaron porque se cansaron de vivir (el cronista iba a escribir se cansaron de brillar, pero son como esas estrellas que siguen brillando después de extinguirse). Lo mismo puede decirse de Carson McCullers, atrapada en un cuerpo de cristal del que se liberó definitiva, inexorablemente, en 1967, a los 50 años.

Cuando Arthur Miller le preguntó qué médico avalaba su dieta, Isak Dinesen se encogió de hombros y le respondió con desdén: “Ninguno. Yo opté por esta dieta. Me va bien y me encanta”. Luego agregó que cuando no era temporada de ostras, se conformaba “con espárragos o uvas”. Y Arthur Miller, el gran literato, empequeñeció y empequeñeció hasta convertirse en una piedrecita, molesta, pero inofensiva entre aquellas diosas.