Encendemos la radio. Suena un tema que no conocemos; de hecho, ni reconocemos la voz del cantante ni tampoco el estilo. Pero nos gusta. Y nos gusta tanto que se nos pega irremediablemente, no podemos dejar de canturrearlo y nos lanzamos a buscarlo a la desesperada. Incluso probamos a tarareárselo a los amigos con la esperanza de que alguno lo identifique y nos pueda decir quién es el artista.
Y es que cuando una canción nos despierta la curiosidad y nos genera placer, se activa el sistema de recompensas del cerebro, lo que nos empuja a invertir esfuerzo y tiempo en buscar más información, y hace, además, que seamos capaces de recordarla días después. A más curiosidad, más memoria. Lo mismo ocurre en otros ámbitos del conocimiento, como el arte. Curiosidad y placer son cruciales para el aprendizaje.
Es una de las principales conclusiones que se extraen de un experimento de ciencia ciudadana, llamado ‘Being a curious mind” (Ser una mente curiosa) realizado por neurocientíficos del Institut d’Investigació Biomèdica de Bellvitge (IDIBELL) y la Universitat de Barcelona en el marco del festival de música electrónica Sònar.
En la pasada edición, reclutaron a 150 personas, hombres y mujeres, que asistieron a un concierto en el que la DJ Alícia Carrera pinchó 20 temas inéditos de música dance experimental de artistas que cedieron sus canciones para el estudio. Todos los temas tenían la misma duración y estructura. Tras escuchar cada tema, los voluntarios debían puntuar en una aplicación móvil creada para la ocasión cuánto les había gustado respondiendo a una serie de preguntas. Asimismo, debían decidir si querían invertir unas monedas ficticias -sónar coins- para saber más del grupo o de la canción en sí.
Al día siguiente, debían escuchar una serie de piezas, tanto las que habían escuchado el día anterior como otras tantas nuevas, e identificar si eran capaces de recordar alguna de las que ya habían oído en la sesión anterior.
Tras analizar los resultados, los investigadores, liderados por el Icrea Antoni Rodriguez-Fornells, jefe del grupo de investigación en cognición y plasticidad cerebral de IDIBELL-UB, vieron que el grado de curiosidad que sentían los voluntarios estaba estrechamente vinculado a la memoria. En este sentido, de media los participantes recordaban el 80% de los temas que habían escuchado en la sesión anterior y que les habían gustado. Los participantes más jóvenes -de entre 20 y 30 años- eran capaces de recordar más canciones que los más mayores -de entre 40 y 60 años-.
“El efecto de la curiosidad sobre la memoria es muy fuerte”, valora Rodríguez-Fornells, que explica que la curiosidad está asociada a los circuitos de recompensa. “La información funciona como una recompensa. Querer saber más sobre una canción o un artista activa el sistema dopaminérgico y cuando aumenta la dopamina, aumenta la capacidad del hipocampo [una región del cerebro encargada del aprendizaje] para codificar información. Las cosas que nos gustan abren la puerta para que entre más información y la codifiquemos más”, añade este investigador.
Según los autores de este trabajo, que han presentado en el marco del Sònar 2022 y que ahora esperan publicar en una revista científica, sus resultados son aplicables al aprendizaje en general: cuanto más rico en estímulos sea el ambiente en que está inmersa una persona, más curiosidad le generará, lo que propiciará que codifique mejor el entorno y, por tanto, aprenda más.
Otro de los resultados interesantes del estudio es que la valoración de las canciones no tenía tanto que ver con el tema en sí sino con el perfil de los participantes. Es decir, la misma canción recibía una puntuación u otra no tanto por su estructura, por ejemplo, o melodía, sino por los gustos musicales del participante, que solían ser similares a los de perfiles de participantes similares a él.
“Las características de cada persona, así como las influencias culturales y sociales del entorno son cruciales, más que el tema en sí”, destaca Rodríguez-Fornells. “Si un amigo valora mucho una canción, tu sistema de recompensas del cerebro le otorgará ya un valor, porque le das valor a la opinión de tu amigo. La música ya entra sesgada en el cerebro y el descubrimiento no suele venir solo, sino muy afectado por el contexto social”, explica.
El efecto de la curiosidad sobre la memoria es muy fuerte. La información funciona como una recompensa para el cerebro.
El conocimiento previo también influye en la curiosidad que despierta una canción. De hecho, en el experimento vieron que aquellas personas que sentían más curiosidad y decidían invertir más dinero en saber más sobre el tema eran aquellas que más música de este estilo escuchaban antes. Tener un conocimiento previo sobre un tema genera más curiosidad en la persona y también más placer.
“Muchas veces alguna cosa te puede generar curiosidad, pero eso no se traduce en un comportamiento de buscar o invertir esfuerzos en saber más. La curiosidad es muy volátil y determina como se generan los intereses a lo largo de la vida”, destaca Rodríguez-Fornells. En este sentido, los investigadores han utilizado algoritmos de aprendizaje máquina para predecir a partir de las respuestas de los participantes en la app tras escuchar cada tema si estos dedicarán recursos o no a obtener más información.
“Es una paradoja, porque mucha gente fice que le gusta la música, que le genera curiosidad, pero no invierte nada en saber más”, subraya el investigador Icrea. “Entender cómo el cerebro descodifica la música en una experiencia agradable y gratificante y qué lo empuja a dedicar esfuerzos es una cuestión fascinante que podría ser crucial para entender cómo los humanos procesamos estímulos abstractos y lo relacionamos con actividades de motivación intrínseca”, añade.
Ahora los investigadores quieren repetir el experimento con más personas e incluyendo estilos musicales distintos.