Josep Baselga, figura clave en el progreso de la oncología en España desde los años 90 y en el desarrollo de las terapias moleculares que han salvado miles de vidas en todo el mundo, ha muerto a los 61 años víctima de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, un trastorno neurológico degenerativo de evolución rápida.
Su lema era que los avances de la investigación deben llegar lo antes posible a los pacientes
Su lema era que “los avances de la investigación deben llegar lo antes posible a los pacientes”. A lo largo de más de 30 años de carrera, consiguió una y otra vez que la comprensión cada vez mejor de los mecanismos moleculares del cáncer se tradujera en avances clínicos que han mejorado el tratamiento de múltiples tipos de tumores.
Nacido en Barcelona en 1959, se había especializado como oncólogo en el hospital Vall d’Hebron. Decidió ampliar su formación en el hospital Memorial Sloan Kettering de Nueva York, donde se centró en el tratamiento del cáncer de mama. Allí estuvo en primera línea del desarrollo de las terapias moleculares contra el cáncer, que supusieron una revolución en el tratamiento de los tumores.
A diferencia de la radioterapia y la quimioterapia, que atacan indistintamente células enfermas y sanas, las terapias moleculares actúan de manera selectiva contra las células tumorales. Apasionado por la biología, Baselga dedicó gran parte de su carrera a comprender cómo funcionan las células cancerosas y a buscar sus puntos vulnerables para atacarlas con fármacos.
Tuvo un papel muy activo en el desarrollo clínico del trastuzumab (o herceptina), la primera terapia molecular que fue aprobada y que cambió la perspectiva del tratamiento del cáncer de mama. Participó después en el desarrollo de un gran número de otras terapias moleculares, entre las que destacan el cetuximab (utilizado, entre otros, para cánceres colorrectales y de cabeza y cuello), el pertuzumab (para cánceres de mama) y el lapatinib (también para cánceres de mama).
Convirtió el hospital público Vall d'Hebron en un centro de oncología referente en Europa
En 1996 regresó a España para reformar y dirigir el servicio de oncología del hospital Vall d’Hebron. Convirtió el hospital en uno de los centros de referencia de la oncología en Europa; creó la Unidad de Investigación de Terapia Molecular (UITM-Fundación la Caixa), que hoy está reconocida como una de las líderes mundiales en ensayos clínicos de fase I de nuevos fármacos contra el cáncer; y fundó el Instituto de Oncología de Vall d’Hebron (VHIO), en el que hoy trabajan más de 150 investigadores.
Tras 14 años en Barcelona, se incorporó en 2010 al hospital General de Massachusetts en Boston para dirigir la división de Oncología-Hematología. Dos años más tarde, regresó al hospital Memorial Sloan Kettering de Nueva York como director médico.
Con un carácter arrollador, con la ambición de avanzar rápidamente contra el cáncer y con poca paciencia para detenerse ante obstáculos, a lo largo de su carrera se ganó admiradores pero también detractores. Se vio obligado a dimitir en septiembre de 2018, después de que un artículo publicado en The New York Times le acusara de no haber revelado conflictos de intereses con compañías farmacéuticas en algunos de los artículos científicos que había publicado. Baselga siempre defendió su inocencia. Ninguno de aquellos artículos científicos ha sido retirado ni sus resultados han sido nunca cuestionados.
Se incorporó a principios de 2019 a la compañía AstraZeneca, como director del área de Investigación y Desarrollo (I+D) de cáncer. Tenía su base de trabajo en Gaithesburg (Maryland), en el área metropolitana de Washington. Desde el inicio de la pandemia, había reorientado parte de su investigación a desarrollar terapias contra la covid a partir de su experiencia en cáncer.
En su última aparición pública, en El món a RAC1. el pasado 2 de noviembre, cuando aún no se conocían los resultados de eficacia y seguridad de ninguna vacuna contra la covid, vaticinó con su optimismo habitual -y acertó- que “antes de final de año ya habrá más de una vacuna disponible”. Dijo que “pasaremos un invierno horroroso” y que “en verano podremos tener una vida relativamente normal”. En aquel momento no sabía aún que él no llegaría a ver el verano.
En cuanto supo el diagnóstico de su enfermedad, decidió pasar las últimas semanas de su vida en Catalunya. Murió rodeado de su familia en su casa de la Cerdanya.