¿Cómo elegir un reloj para ir a la Luna? Maltratándolo
Historias del Apollo 11
El Omega Speedmaster fue el único cronógrafo que sobrevivió a los tests extremos a los que lo sometió la NASA
Toda la cobertura informativa del cincuentenario del Apollo 11
¿Qué reloj construido en la Tierra podría soportar las condiciones de presión, temperatura, radiación y vibración que experimentan los astronautas durante un lanzamiento y en el espacio? Esta fue la pregunta que se hizo la NASA cuando tuvo que decidir a mediados de los años 60 con qué reloj irían equipados sus astronautas.
La agencia espacial se puso en contacto con diez fabricantes, de los que cuatro aceptaron el reto poner sus relojes a prueba en tests diseñados para llevarlos al límite de su resistencia. El único que siguió funcionando después de todos los tests, y que desde hace más de cincuenta años forma parte del atuendo de los astronautas, fue el Speedmaster de Omega. Incluso fue reconocido con el premio Silver Snoopy Award –la más alta distinción que otorgan los astronautas de la NASA- después de que el reloj se utilizara para cronometrar los encendidos críticos del motor durante la accidentada misión Apollo 13 y contribuyera así a salvar a la tripulación.
Recomocimiento
Los astronautas dieron un premio al reloj después de que la tripulación de la misión Apollo 13 lo utilizara para salvarse
Antes de que la NASA decidiera que el equipamiento de los astronautas debía incluir un reloj, “varios astronautas adquirieron personalmente sus primeros cronógrafos del modelo Speedmaster”, recuerda James Ragan, ingeniero de la NASA que dirigió los tests de los relojes, en la revista Omega Lifetime. El primero que lo llevó al espacio fue Walter Schirra en la misión Mercury-Atlas 8 en 1962.
Schirra apreciaba que el Speedmaster, inicialmente desarrollado para corredores de coches, fuera fiable, legible y fácil de usar. Pero no tenía modo de saber si, para una misión espacial, era mejor que otros relojes.
Fueron las pruebas diseñadas por James Ragan las que lo certificaron. Al no saber aún las condiciones a las que se enfrentarían los astronautas que viajarían años más tarde a la luna, Ragan sometió los relojes a situaciones más extremas de las que probablemente tendrían que soportar.
Para la temperatura, los calentó a 93 grados, los enfrió a 18 bajo cero, los volvió a calentar y a enfriar, y repitió el ciclo quince veces a lo largo de dos días. Después los maltrató con choques de alta intensidad en seis direcciones diferentes. Los sometió a una prueba de vacío para ver si resistían una descompresión extrema. A un ambiente altamente corrosivo con un 100% de oxígeno. A ruidos de 130 decibelios a múltiples frecuencias durante 30 minutos. Y, en la prueba posiblemente más lesiva para un reloj mecánico, a vibraciones extremas en distintas direcciones, con aceleraciones del orden de 9 g, durante más de una hora y media. Excepto prenderles fuego o triturarlos con un martillo, todo lo que uno no haría con un reloj que le importara.
De los tres relojes seleccionados para las pruebas finales, a uno se le deformó y se le desprendió el cristal durante las pruebas de temperatura. A otro se le torció el segundero, que se envolvió con las agujas horarias y detuvo el reloj. Sólo el Speedmaster de Omega siguió funcionando igual que antes de las pruebas, por lo que fue seleccionado por la NASA como parte del traje del equipamiento de los astronautas. En la misión Apollo 11 se convirtió así en el primer reloj utilizado en la Luna.