Laura Markham, psicóloga: "Cuanto antes introducimos las pantallas, más afecta al cerebro de los niños"

Los expertos desmienten cuatro mitos sobre el uso de dispositivos en menores y advierten que es imposible lograr un consumo saludable de pantallas en edades tempranas

Laura Markham, psicóloga: "Cuanto antes introducimos las pantallas, más afecta al cerebro de los niños"
Cuanto más tardemos en introducir pantallas en la vida de nuestros hijos, mejor será para su desarrollo cerebral y su salud mental
Publicado en Tecnología
Por por Sergio Agudo

No es nada fácil conciliar el uso de pantallas con niños y adolescentes. Los padres están optando, cada vez más, por una introducción cada vez más tardía del uso de smartphones y tablets sin supervisión. Y con buen motivo, ya que muchas de las creencias que tenemos con respecto al uso de pantallas están, muchas veces, fundamentadas en mitos, más que en realidades.

Así lo atestigua un artículo publicado en ScreenStrong, donde se abordan cuatro mitos sobre el tiempo de pantalla que se da a niños y adolescentes, y cómo podrían estar afectándoles negativamente. Estos mitos son especialmente relevantes con cada cambio de año, momento en el que los padres buscan introducir nuevas reglas que introducir en los hogares en lo referente al consumo de pantallas.

Lo que la ciencia revela sobre el tiempo de pantalla y su impacto en la infancia

El primero y más común de los mitos sobre el uso de pantallas entre los más jóvenes es que es posible moderar el uso de pantallas y hacer un consumo saludable. No, lograrlo es imposible. Los cerebros de los niños no están desarrollados para manejar el consumo de pantallas de forma adecuada. Los dispositivos electrónicos pueden causar o empeorar depresión en adolescentes, lo que acentúa la importancia de retrasar su introducción el máximo posible.

El segundo mito es que los controles parentales sirven también para controlar el tiempo de exposición a pantallas de los niños. La realidad es que los niños siempre van a encontrar formas de evadirlos, con lo que es prácticamente imposible monitorizar constantemente qué uso hacen de los dispositivos. Es más aconsejable evitar que tengan un teléfono o tablet personal el máximo posible, así como que exista un ordenador familiar de uso compartido.

En tercer lugar tenemos otro mito que asegura que el tiempo de pantalla no es tan malo. Este mito se basa totalmente en optimismo sesgado, ya que hay padres que prefieren creer que no pasa nada por que sus hijos usen pantallas constantemente. Sin embargo, el uso excesivo de las mismas puede derivar en problemas como adicción, depresión y ansiedad. La introducción de pantallas a edades tempranas, según ScreenStrong, afecta negativamente al desarrollo cerebral y aumenta el riesgo de addición en el futuro.

Precisamente al hilo de este tercer mito vienen las palabras de la psicóloga Laura Markham, que recomienda una introducción lo más tardía posible de los dispositivos inteligentes en los niños y adolescentes:

Cuanto antes introducimos las pantallas, más afecta al desarrollo cerebral de un niño y más probable será que tengan problemas gestionando su adicción a las pantallas y la tecnología cuando crezcan.

Por último, otra creencia muy extendida es que con la madurez adecuada ya se puede otorgar un acceso ilimitado a Internet. Lo cierto es que la madurez es un proceso que requiere tiempo y, aunque se alcance en determinadas áreas, no significa que se tenga a todos los niveles. Si tus hijos ya tienen una edad como para necesitar un teléfono móvil, entonces lo mejor es que empiecen usando teléfonos sin datos; que sólo sirvan para llamar y enviar mensajes. De esta manera también evitamos que caigan en el agujero de las redes sociales.

Existen ayudas externas en forma de apps para controlar el tiempo móvil, además de la cada vez más útil app Bienestar Digital de Google, que ahora te avisa si llevas demasiado tiempo una aplicación. Sin embargo, estas ayudas no son una solución integral, ni total. La responsabilidad de los padres sigue siendo supervisar el tiempo de uso de las pantallas de sus hijos y, a ser posible, retrasar al máximo posible su introducción en los niños y adolescentes.

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