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La niña que quiso estudiar áfrica en Positivo 1

Grace Akon ya llevaba un rato temblando de miedo cuando un golpe seco con la culata de una pistola la derribó. Aún aturdida, pensó que con 16 años era demasiado joven para morir. Un hombre armado con una AK47 se le acercó y le advirtió que se lo iba a preguntar por última vez: quería todo su dinero. Que Grace insistiera en que no tenía nada pese a que ocultaba cien dólares entre la ropa es posiblemente la mayor demostración de ganas de aprender que leerán.

Grace arriesgó su vida porque ese dinero era su última opción para volver a estudiar. Esta es la historia de cómo la niña más lista de Sudán del Sur atravesó un país en guerra, esquivó matanzas y el asalto de unos bandidos porque un buen día un médico jubilado de Barcelona decidió brindarle una oportunidad.

Conocí a Grace en el verano del año 2013 en Mingkaman. En aquel asentamiento de desplazados junto al Nilo blanco, en el centro del país, más de 9.000 personas se refugiaban bajo chozas de ramas tras huir de los combates en Bor, una ciudad unos cincuenta kilómetros más al norte.

Flaca y alta, Grace me preguntó con una voz aflautada si podía ayudar. Ya no paró de preguntar. En el reportaje "De ellas depende el futuro", publicado poco después en La Vanguardia, escribí esto sobre ella: "Lo confieso antes de que continúen leyendo: sé que no encontraré una niña tan brillante, tan despierta y con tantas ganas de estudiar como Grace. (...) Le pregunté cuál era el principal problema en el campamento. A la orilla del río, se levantaban cientos de tiendas, no había electricidad, ni agua potable y la dependencia de la ayuda humanitaria era total. Pero Grace no se lo pensó: "¿El principal problema? Que no hay escuela; ocho meses ya", dijo. Apenas era una adolescente pero, quizás porque había visto cosas que ya no podría olvidar, anhelaba aprender en paz. Quería estudiar Medicina."

Pocos días después, ya de regreso a Barcelona, sonó mi móvil. Un médico jubilado, que no dijo su nombre, había leído la historia en el diario y se ofrecía a pagar los estudios de Grace. Tardé en localizarla tres semanas porque, como no había electricidad en el asentamiento, Grace sólo podía cargar su teléfono cuando los cooperantes de una oenegé visitaban la zona. Cuando por fin di con ella, apenas pude anunciarle la noticia y la conversación se cortó. Entonces yo no lo sabía, pero aquello fue suficiente porque a veces una promesa de futuro basta cuando no se tiene nada más.

Grace recuerda bien aquella llamada. "Fue una felicidad que llegó de la nada. Lo habíamos perdido todo, me sentía enferma, pensaba que mi vida había acabado y de repente... ¡ah!, la vida es una sorpresa!", recuerda.

No tenía ningún modo de volver a contactarme, así que Grace apostó a todo o nada: como las escuelas del país estaban cerradas, decidió que llegaría como fuera a la vecina Kenia para encontrar un colegio. Antes de subirla a la lancha con la que iniciaría una odisea propia de héroes helenos y no de una niña adolescente, su padre rezó mil veces por ella, le regaló una libreta verde con consejos escritos a mano y colocó todos los ahorros de la familia en su mochila: un total de 130 euros. "Nos abrazamos y lloramos mucho, pero a la vez estábamos felices. Tenía que conseguirlo por mi familia", dice.

Aquel día, Grace inició un viaje de tres semanas y más de 3.000 kilómetros, durmiendo en autobuses o en la calle y alimentándose de galletas y cacahuetes, para llegar a la frontera de Kenia. Los combates cosían todo el trayecto y el viaje era tan peligroso ¿unos rebeldes masacraron a todos los pasajeros de un autobús en la misma ruta por donde ella debía pasar un día después¿ que varios compañeros de viaje decidieron entonces no continuar.

Grace no dudó. "Tenía que conseguirlo, volver no era una opción", dice. Cuando por fin cruzó la frontera, sin dinero ni posibilidad de pedir ayuda, tuvo que correr por su vida durante tres días. "Una noche me despertaron los gritos ¡Vienen los nuer, vienen los nuer! Venían a buscarnos con machetes y palos. Estaba muy cansada pero corrí todo lo que pude, pensé que el corazón me iba a explotar. Mataron a muchos", explica.

Casi un mes después de la breve conversación por teléfono con este periodista, Grace llegó a su objetivo: Bungoma, una ciudad en el este de Kenia.

Completamente ajeno a su odisea, creyéndola aún incomunicada en el campo de desplazados de Sudán de Sur, pendiente de una promesa, el 24 de noviembre a las 12.45 del mediodía, vi cómo se abría una ventana de conversación de mi cuenta de Facebook.

¿"Hola, Xavi, soy Grace. ¿Cómo estás? Llámame. Estoy en Kenia. He venido porque aquí hay escuelas", escribió.

Ocho meses después de comenzar la escuela, Grace sonríe cuando le digo que ha engordado. Echa de menos a sus padres y sus cuatro hermanos -Mabior, Anna, Amose y Malith-. "Ojalá pudieran estudiar ellos también", desea. Aún le cuesta lidiar con la lengua suajili, nueva para ella, y ha hecho un montón de amigos, explica. Y también trae una sorpresa:

¿Tengo los resultados de mis exámenes ¿dice¿ y ¿sabes? ¡soy la 9.ª estudiante con mejores notas entre cien alumnas!

África no existe. Es imposible referirse a un territorio tan vasto y de diversidad tan desbordante como si fuera una sola realidad. Pero sí existen los africanos. Con una población de más de 1.100 millones de personas, África no es sólo un lugar de desgracias, guerras y pobreza. El continente alberga miles de ejemplos de superación, solidaridad, emprendimiento y sabiduría. Historias que son una oportunidad de aprendizaje e inspiración.